La nostalgia huertana
Hace unos días me llamó por teléfono mi abuelo. Vive, al igual que casi toda mi familia, en la otra punta de la península. Lo vi por última vez hace más de año y medio, y fue toda una sopresa su llamada porque nunca me ha llamado a mí directamente. Me explicó que mi padre le había dado mi número de móvil.
Fue una conversación corta, y ruidosa, puesto que gritaba en proporción a la distancia que nos separa (es una imperecedera costumbre familiar). Me interrogó sobre mi vida amorosa (está preocupado porque siga la estirpe de galán mujeriego de la familia) y me dio algunos consejos para atraer al sexo opuesto (algo bruscos para la época actual, pero al fin y al cabo es mi abuelo, y no le voy a llevar la contraria). Y poco más. Un "qué tal por allí", otro "por aquí mucho frío" y el consabido "da recuerdos por ahí". Esas frases que rellenan las conversaciones a trozos.
Al colgar, me sentí bastante conmocionado. Me vino el olor a grasa de su antiquísimo taller, y esos paseos en moto por las huertas de naranjos. Y los pasteles de carne. No puedo definir con claridad el sentimiento. No es alegría, ni tristeza, ni melancolía de otras tierras, ni de otros tiempos... Es el aturdimiento emocional que padezco cuando nos confesamos afecto en nuestra deshilachada familia. Una confesión totalmente camuflada entre frases vanales.
A veces, recuerdo que estoy vivo.
Fue una conversación corta, y ruidosa, puesto que gritaba en proporción a la distancia que nos separa (es una imperecedera costumbre familiar). Me interrogó sobre mi vida amorosa (está preocupado porque siga la estirpe de galán mujeriego de la familia) y me dio algunos consejos para atraer al sexo opuesto (algo bruscos para la época actual, pero al fin y al cabo es mi abuelo, y no le voy a llevar la contraria). Y poco más. Un "qué tal por allí", otro "por aquí mucho frío" y el consabido "da recuerdos por ahí". Esas frases que rellenan las conversaciones a trozos.
Al colgar, me sentí bastante conmocionado. Me vino el olor a grasa de su antiquísimo taller, y esos paseos en moto por las huertas de naranjos. Y los pasteles de carne. No puedo definir con claridad el sentimiento. No es alegría, ni tristeza, ni melancolía de otras tierras, ni de otros tiempos... Es el aturdimiento emocional que padezco cuando nos confesamos afecto en nuestra deshilachada familia. Una confesión totalmente camuflada entre frases vanales.
A veces, recuerdo que estoy vivo.
7 comentarios
juglar103 -
Lydia -
Malaa -
juglar103 -
taro -
¿A el nunca le fallo?
juglar103 -
No los expliqué porque quizá cierta gente no lo entendería, y no percibiría la sensación que a mi me produjo la conversación.
taro -