La prostituta
Esta historia se la he contado a unos pocos amigos. Sabiendo lo dado que soy a las imaginaciones turbias y/o pueriles, no me creen algunas partes del relato. Juzguen por ustedes mismos:
No debimos irnos de copas después de la cena. El día siguiente era laborable y no era plan. Sin embargo, el Catalán se empeñó y allá que fuimos de farra loca. En el camino de vuelta al piso del Escolopendra, donde me alojaba por esa noche, el Catalán se empeñó en que fuéramos un burdel a desahogar las tensiones de la semana. Nunca había ido a ninguno. Me resistí. Pero al ver cómo el Catalán atacaba un cajero automático para cumplir su plan, aunque fuera él solo, tuve que acompañarle. No podía dejarlo solo en esas condiciones de embriaguez y cargado de billetes. De verdad, fue por eso.
No me pareció el antro tan deplorable como alguno se puede imaginar al escuchar a beatas de rosario entrelazado. Es más, se convirtió en un sitio agradable en seguida. Mientras con pecuniaria resignación iba pidiendo un par de cubatas, el Catalán iba escogiendo proveedora. Y no fue tonto: la más guapa y jovencita. Se puso bastante pesado en que yo escogiera otra, pero por el momento le iba dando esquinazo conversacional.
Por lo visto, la atención al cliente en este tipo de negocios debe notarse a partir de las 50.000 pts (de aquellas), porque con 10.000 tenías que esperar turno de habitación, como si estuvieras en la sala de espera del ambulatorio. (Así, de paso, te pegas media hora libando los hiperinflacionados licores de rigor). Durante la espera, entablé conversación con la futura víctima del baboso del Catalán(ya que él difícilmente podía hacer algo más que meterle mano con torpes y bruscas maneras). 19 años, colombiana, un hijo de 5 años. Dijo que era la primera noche que estaba allí. Que acababa de llegar de Madrid para trabajar en ese bar con su prima, que la había colocado. Ya sé que parecía el típico fóllame que estoy sin estrenar, pero tendríais que haber visto las caras demacradas, las cuencas ojerosas y los movimientos confusos de sus compañeras en comparación con su carita angelical. Decía que el Catalán iba a ser su primer cliente y que le darían 8.000 pts de las 10.000 que se pagaban por ella. Era todo muy raro. El Catalán parecía un sádico fuera de sí, y ella parecía cada vez más niña, sobre todo cuando se ponía a canturrear lo que sonaba por los altavoces.
Total: exploté. No soportaba la situación. Pagué otras 10.000 y ordené al Catalán que escogiera a otra, que yo me quedaba con la pequeñita. Mientras el Catalán consumía su dosis de placer con la antes mencionada prima, yo seguía conversando con la colombianita, la cual estaba encantada con el cambio (es que tendríais que ver al Catalán. Y encima, borracho). Intenté convencerla de que no se metiera del todo en ese mundo, porque, aunque fuera dinero fácil, luego no podría criar a su hijo en un hogar sano y normal. En fin, todas esas cosas que suelen decir en esos casos. Le dije que, si quería, podía ayudarla a buscar otro trabajo. No me escuchaba. Le daba igual.
Iba aproximándose mi hora. Le dije que no iba a entrar, que no iba a usar sus servicios, que solo había pagado porque no quería verla con el Catalán. Entonces ella se echó a llorar porque decía que le iban a abroncar, que no podía dar mala impresión en su primer día de trabajo. En fin... Ya puestos... Le dije que entraría pero que no haríamos nada. Ella empezó a creer que era un juego de resistencia. Salió el Catalán. Mi turno. Todo el bar sabía que era mi turno. En fin... Entramos.
La habitación era deprimente: la cama perfumada de rosa chillón, las paredes forradas de espejo, un vidette, una toalla blanca (usada)... Me senté en la cama. Ella empezó a desnudarse y a provocarme. No quise. No pude.
Aunque mi relación renqueaba agónicamente, no era plan de tirarme a una puta (¿engañarla?); pero no creo que me resistiera por eso. Tampoco me resistí porque me sintiera incómodo por cuestiones ambientales: realmente mi bragueta estaba a punto de reventar (créanme, señores, que esa resistencia fue titánica). Pudiera haber sido por complejo de buen samaritano, pero una vez confirmado en la habitación que todas mis palabras le habían parecido tonterías, tenía que haberme salido el macho despechado a por la rapacería de la carne. Pero no, no creo que fuera por ninguna de esas razones.
Creo que a veces las cosas se hacen por coherencia con uno mismo, por mantener fiel la palabra propia. No importa mucho que nuestros principios varíen de unas personas a otras (dentro de la escala de lo humanamente ético), pero sí creer en si mismo. Aunque tengas que sentirte estúpido en algunas ocasiones. Yo había entrado al burdel convencido de no follarme a una puta, y así quería salir. Otro día quizá sí entraré para satisfacer mis necesidades. Pero aquel día hubiera sentido que me fallaba.
A los diez minutos de dulce forcejeo, salí del laberinto de los reflejos. El Catalán estaba planeando un trío con dos mulatas. Me fui encolerizado. Que le jodan toda la pasta. Realmente se la jodieron bien.
Al cabo de varias semanas, iba de copiloto en el Mercedes del Catalán, esperando el verde de un semáforo. En la parada del autobús había un niño con su joven madre ojerosa de movimientos confusos, pálida y triste. Parecía que había envejecido unos años. Me miró unos segundos. Creo que no me reconoció.
No debimos irnos de copas después de la cena. El día siguiente era laborable y no era plan. Sin embargo, el Catalán se empeñó y allá que fuimos de farra loca. En el camino de vuelta al piso del Escolopendra, donde me alojaba por esa noche, el Catalán se empeñó en que fuéramos un burdel a desahogar las tensiones de la semana. Nunca había ido a ninguno. Me resistí. Pero al ver cómo el Catalán atacaba un cajero automático para cumplir su plan, aunque fuera él solo, tuve que acompañarle. No podía dejarlo solo en esas condiciones de embriaguez y cargado de billetes. De verdad, fue por eso.
No me pareció el antro tan deplorable como alguno se puede imaginar al escuchar a beatas de rosario entrelazado. Es más, se convirtió en un sitio agradable en seguida. Mientras con pecuniaria resignación iba pidiendo un par de cubatas, el Catalán iba escogiendo proveedora. Y no fue tonto: la más guapa y jovencita. Se puso bastante pesado en que yo escogiera otra, pero por el momento le iba dando esquinazo conversacional.
Por lo visto, la atención al cliente en este tipo de negocios debe notarse a partir de las 50.000 pts (de aquellas), porque con 10.000 tenías que esperar turno de habitación, como si estuvieras en la sala de espera del ambulatorio. (Así, de paso, te pegas media hora libando los hiperinflacionados licores de rigor). Durante la espera, entablé conversación con la futura víctima del baboso del Catalán(ya que él difícilmente podía hacer algo más que meterle mano con torpes y bruscas maneras). 19 años, colombiana, un hijo de 5 años. Dijo que era la primera noche que estaba allí. Que acababa de llegar de Madrid para trabajar en ese bar con su prima, que la había colocado. Ya sé que parecía el típico fóllame que estoy sin estrenar, pero tendríais que haber visto las caras demacradas, las cuencas ojerosas y los movimientos confusos de sus compañeras en comparación con su carita angelical. Decía que el Catalán iba a ser su primer cliente y que le darían 8.000 pts de las 10.000 que se pagaban por ella. Era todo muy raro. El Catalán parecía un sádico fuera de sí, y ella parecía cada vez más niña, sobre todo cuando se ponía a canturrear lo que sonaba por los altavoces.
Total: exploté. No soportaba la situación. Pagué otras 10.000 y ordené al Catalán que escogiera a otra, que yo me quedaba con la pequeñita. Mientras el Catalán consumía su dosis de placer con la antes mencionada prima, yo seguía conversando con la colombianita, la cual estaba encantada con el cambio (es que tendríais que ver al Catalán. Y encima, borracho). Intenté convencerla de que no se metiera del todo en ese mundo, porque, aunque fuera dinero fácil, luego no podría criar a su hijo en un hogar sano y normal. En fin, todas esas cosas que suelen decir en esos casos. Le dije que, si quería, podía ayudarla a buscar otro trabajo. No me escuchaba. Le daba igual.
Iba aproximándose mi hora. Le dije que no iba a entrar, que no iba a usar sus servicios, que solo había pagado porque no quería verla con el Catalán. Entonces ella se echó a llorar porque decía que le iban a abroncar, que no podía dar mala impresión en su primer día de trabajo. En fin... Ya puestos... Le dije que entraría pero que no haríamos nada. Ella empezó a creer que era un juego de resistencia. Salió el Catalán. Mi turno. Todo el bar sabía que era mi turno. En fin... Entramos.
La habitación era deprimente: la cama perfumada de rosa chillón, las paredes forradas de espejo, un vidette, una toalla blanca (usada)... Me senté en la cama. Ella empezó a desnudarse y a provocarme. No quise. No pude.
Aunque mi relación renqueaba agónicamente, no era plan de tirarme a una puta (¿engañarla?); pero no creo que me resistiera por eso. Tampoco me resistí porque me sintiera incómodo por cuestiones ambientales: realmente mi bragueta estaba a punto de reventar (créanme, señores, que esa resistencia fue titánica). Pudiera haber sido por complejo de buen samaritano, pero una vez confirmado en la habitación que todas mis palabras le habían parecido tonterías, tenía que haberme salido el macho despechado a por la rapacería de la carne. Pero no, no creo que fuera por ninguna de esas razones.
Creo que a veces las cosas se hacen por coherencia con uno mismo, por mantener fiel la palabra propia. No importa mucho que nuestros principios varíen de unas personas a otras (dentro de la escala de lo humanamente ético), pero sí creer en si mismo. Aunque tengas que sentirte estúpido en algunas ocasiones. Yo había entrado al burdel convencido de no follarme a una puta, y así quería salir. Otro día quizá sí entraré para satisfacer mis necesidades. Pero aquel día hubiera sentido que me fallaba.
A los diez minutos de dulce forcejeo, salí del laberinto de los reflejos. El Catalán estaba planeando un trío con dos mulatas. Me fui encolerizado. Que le jodan toda la pasta. Realmente se la jodieron bien.
Al cabo de varias semanas, iba de copiloto en el Mercedes del Catalán, esperando el verde de un semáforo. En la parada del autobús había un niño con su joven madre ojerosa de movimientos confusos, pálida y triste. Parecía que había envejecido unos años. Me miró unos segundos. Creo que no me reconoció.
9 comentarios
juglar103 -
Taro, mi programa es tan utópico que nunca saldrá del papel escrito.
Pilar -
taro -
juglar103 -
vir -
El Camaleón -
MARARIA -
juglar103 -
taro -
Ahora, no te veo nunca entrando solo a un sitio así. Por favor de ese mercedes, no digas ya ni el color. Ya estaba nezumi conectandose a la DGT.
Entre esto y como ponen a parir al subcomandante Marcos en El País, me he deprimido. Tu, tienes la culpa. De lo otro, no.